Se construye la paz con bienestar, educación y salud: Evelyn Salgado
MORELIA, Mich., 14 de septiembre de 2018.- Tuvo en los brazos a su madre durante los pocos segundos que la mujer buscó aliento para sobrevivir. El fuego, el humo, el intenso olor a pólvora y la sangre, mucha sangre, le nublaron el pensamiento en ese momento.
José García Guerrero vio morir a su mamá, sin que él hubiese podido lograr algún intento de socorro por salvarla. Los ojos de su recordada Elizabeth fueron perforados por una lluvia de esquirlas que le cayeron en su mirada cuando tenía la vista levantada hacia el balcón del Palacio de Gobierno.
Observaba fijamente al gobernador de ese entonces, Leonel Godoy Rangel, ondear la bandera mexicana, el momento perfecto que eligieron los terroristas para lanzar la primera granada fragmentaria en Morelia, justamente cuando un pueblo alegre estaba distraído.
José García Guerrero lleva diez años peregrinando en el peor recuerdo que conserva en su memoria. Desde 2008 se sumergió en la profundidad de un luto del que no puede salir a flote.
No consigue, pese a que ha recibido tratamiento psicológico, algún salvavidas que lo haga flotar de nuevo. Le cuesta asimilar que su madre murió en un día en que todo debió ser celebración; se conmemoraba el Grito de Independencia.
No era tradición en la familia acudir a los actos multitudinarios que se organizaban cada año en el Centro Histórico de la capital de Michoacán, pero esa oscura noche, su madre le insistió que fueran a gritar el ¡Viva México!
“A mi madre le gustaba ir a la plaza Melchor Ocampo a celebrar, pero como yo trabajaba casi no la acompañaba, hasta ese año que las condiciones se dieron y pude ir con ella. Por momentos pienso que lo mejor fue haberla podido acompañar. Por lo menos pude estar con ella en sus últimos momentos de vida”, cuenta a Quadratín.
La pérdida trágica de su madre, quien tenía 64 años cuando falleció, le causa tanto dolor como las 70 astillas de metal que tiene encapsuladas en sus talones al igual que su esposa Aurora.
Los Granadazos le dejaron también una fractura expuesta de la tibia en el pie izquierdo y la ausencia de uno de sus sobrinos, que perdió la vida cinco días después de la matanza.
García Guerrero sabe que después de haber sentido la muerte tan cerca aquella noche, su vida no será la misma. “Me convertí en una persona muy insegura. No tengo confianza en la gente. Era una persona muy alegre y ahora está incluso de cualquier cosa me irrito. Soy completamente diferente a como era en otrora. Tenía un carácter extremadamente paciente, para molestarme era muy difícil. Ahora todo cambió, soy el antónimo de todo eso”.
Tiene 53 años y trabaja en una empresa que administra estacionamientos. Quisiera no recordar, y a la vez sí porque le sirve para expulsar eso que no lo deja dormir por las noches, ni salir a la calle sin miedo.
Hay días que no quisiera caminar largas calles para llegar a su empleo porque no tolera el dolor en sus pies; pero no tiene otra opción. Si no trabaja, no come.
Asegura que, pese a que las autoridades gubernamentales ofrecieron ayuda a las víctimas de Los Granadazos, esta ha sido insipiente. “No me quedó bien el pie desde la noche de los ataques. Por no hacer coraje en las dependencias, preferí soportar los traumas que sufro a causa de las secuelas de las esquirlas. Los primeros años luego del atentado, era un trago amargo solicitar alguna donación”.
“El trato no era muy bueno. Nosotros (las víctimas) nunca quisimos que nos pasara esto, jamás hubiésemos elegido ser blanco del horror para mendigar un peso. Yo preferí no buscar más ayuda para que no me vieran como un ser que se quería aprovechar de la situación para obtener un peso”, cuenta.
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