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CIUDAD DE MÉXICO, 23 de marzo de 2016.-Los jóvenes universitarios duermen más durante los fines de semana; además, la queja de somnolencia diurna en esta población parece estar relacionada con el ronquido habitual durante el sueño y no existe un vínculo entre la duración del sueño nocturno y el hábito de tomar siestas.
Estos datos, resultado del estudio que se llevó a cabo en la Clínica de Trastornos del Dormir de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM en 577 estudiantes de esta casa de estudios residentes de la Ciudad de México, son similares a los de otras latitudes de América del Norte y Europa, indicó Matilde Valencia Flores, responsable del trabajo.
En 1993, al regresar de la Universidad de Stanford, considerada una de las más prestigiadas en el estudio del sueño, Valencia y colaboradoras llevaron a cabo la investigación, cuyo objetivo fue documentar los hábitos de sueño en una cultura que se tenía catalogada como “de siestas”.
Es decir, caracterizada por una tendencia a dormir durante el día, fenómeno que puede representar en parte por los efectos de las condiciones geográficas, climáticas (de luz) o influencias culturales. Sólo entre el 15 y 20 por ciento de los jóvenes encuestados acostumbran ese descanso. Así, los resultados pusieron en duda que seamos una «cultura de la siesta», al menos en esta muestra.
Debido a sus actividades, los estudiantes disminuyen sus horas de sueño durante la semana, mismas que tratan de recuperar los sábados y domingos; regularmente compensan dos horas, pues duermen menos de seis en promedio, lo que afecta el metabolismo y la actividad cognoscitiva, explicó.
La cuota de sueño que necesitamos diariamente es personal; como todo proceso biológico, es una curva de campana. La mayoría de los jóvenes encuestados, más del 64 por ciento, están dentro del rango, pues el promedio para este grupo de edad es de ocho horas para mantenerse sano. Cuotas mínimas de sueño se relacionan con la tendencia a la obesidad, problemas cardiacos y depresión, entre otros males.
Colaboración con el ICMNSZ
Para contribuir al conocimiento en el área y al tratamiento integral de los pacientes que acuden al Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INCMNSZ), donde la FP tiene una sede de la Clínica de Trastornos del Dormir, ambas instancias colaboran de manera estrecha, lo que ha generado conocimiento ya publicado en revistas internacionales, nacionales y capítulos en libros.
Los resultados revelaron que en pacientes que acuden a consulta al INCMNSZ por obesidad, la apnea obstructiva de sueño (SAOS) se presenta en 70 por ciento de las mujeres y en 85.5 por ciento de los hombres. La cifra es elevada, pues en población general se ha reportado cuatro por ciento para varones y dos para la población femenina. “Se sabe que la obesidad es un factor de riesgo para SAOS, aun así, bajo esta condición la prevalencia es muy alta”, dijo la universitaria.
En el 45.6 por ciento de los pacientes obesos se presenta una combinación de SAOS y síndrome de hipoventilación alveolar (SHA).
Trastorno del dormir con mayor prevalencia
Entre los trastornos del dormir con mayor prevalencia se encuentra el síndrome de apnea-hipopnea obstructiva de sueño, que se caracteriza por episodios repetidos de obstrucción total (apnea) o parcial (hipopnea) de la vía aérea superior, explicó Valencia Flores.
La apnea es un cese en el flujo de aire de por lo menos 10 segundos, y se considera obstructiva si se mantiene el esfuerzo por respirar. Mientras, en la hipopnea se presenta una reducción de los movimientos toraco-abdominales o del flujo de aire, así como una disminución en la saturación de oxígeno.
Existen ciertas características que predisponen a sufrir de SAOS, como tener un cuello corto y ancho, anormalidades cráneo-faciales o enfermedades endocrinológicas (hipotiroidismo, acromegalia, menopausia); en varones, también son factores la obesidad o sobrepso.
La apnea del sueño es ahora reconocida como un factor de riesgo de hipertensión arterial sistémica, accidente cerebrovascular y eventos coronarios, así que las consecuencia de roncar no se limitan a una molestia social, sino que es más bien un factor de riesgo para enfermedad cardiovascular, deterioro neuropsicológico, somnolencia diurna, depresión o resistencia a la insulina, mediados básicamente por la hipoxia intermitente y/o fragmentación del sueño que conlleva el SAOS.
Las manifestaciones clínicas de la apnea de sueño son el ronquido, pausas respiratorias, somnolencia diurna excesiva, sueño no reparador, dificultad para iniciar o mantener el sueño, fatiga o cansancio excesivo y dolor de cabeza al despertar; las más frecuentes son el ronquido y la somnolencia diurna excesiva.
Esta última es un estado fisiológico que puede provocar una disminución en el nivel de alerta y propensión al sueño. Tiene un patrón bifásico, al medio día y entre cuatro y seis de la mañana. Bajo ciertas condiciones puede ser un factor de alto riesgo para la vida y el desempeño profesional.
Su ocurrencia puede deberse, además de la apnea, a la privación de sueño, alteraciones del ciclo sueño/vigilia, trastornos intrínsecos del dormir, alteraciones neurológicas, sustancias de abuso y toxicidad del sistema nervioso.