
Líneas Quadratín
Recuerdo de un Cronopio
Este año la República de las Letras conmemora el 63 aniversario de
Historias de cronopios y de famas de Julio Cortázar. Casi sin sentir, el tiempo se
fue entre lecturas y locuras y ahora resulta que este ramillete de narraciones
cortazarianas que floreció cuando yo entraba a la adolescencia llega a la tercera
edad.
Pero antes de seguir … ¿¡qué demonios es eso de cronopio!? Pues hace
145 millones de años, durante el período bautizado “Cretácico” por un gabinete de
ociosos, habitaron unos mamíferos que llamaron “Cronopios” en lo que hoy es
Sudamérica, concretatamente en las planicies patagónicas de lo que hoy
llamamos Argentina, donde está el glaciar del disparatado nombre ”Perito
Moreno”.
Y a un escribidor se le ocurrió que los tales cronopios fueron los ancestros
de “algunas bestias verdes y húmedas que viven al margen de la sociedad,
idealistas, ingenuas, desobedientes, sensibles y poco convencionales, divertidas,
cómicas, amigas, con conductas similares a los artistas, que no se adaptan a las
reglas de comportamiento de la sociedad y viven entre el arte y lo asocial”.
Ese plumífero se llamó Julio Cortázar y así dio nueva vida y razón a la
forma de contar en historias de ficción la vida de América Latina. Él y otros, entre
ellos Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Lezama
Lima y José Donoso, encontraron la faceta cosmopolita del lenguaje de su tierra y
ése fue su regalo al mundo y a la literatura universal. El secreto de esa generación
de escritores, que mostró una cara diferente del latinoamericanismo, fue descubrir
una fórmula nueva y única de narrar.
Sobre este fenómeno literario que apareció hacia fines de los cuarenta y
llegó a su esplendor en los cincuenta, Emir Rodríguez Monegal dice que fue “un
proceso de apropiación progresiva por parte de la literatura de un acervo cultural
ya existente: la creación colectiva realizada por aportaciones constantes, injertos
en el tronco de la lengua patrimonial.
“Por este camino el discurso literario se impregna de ambigüedad que exige
la participación, la complicidad del lector; la obra se convierte así en una creación
personal y al mismo tiempo multitudinaria […] que obliga a su interlocutor a
mantener constantemente la guardia, con su lenguaje ubicuo, de quita y pon, y los
múltiples experimentos expresivos que realiza”.
Este encuentro con un lenguaje propio volvió obsoletas las interpretaciones
de los escritores latinoamericanos por las “influencias”. […] Hace veinticinco años
el ensayista inglés George Robert Coulthard propuso: “Busquen ustedes, en la
literatura europea de los últimos años, un autor comparable a Julio Cortázar, una
novela de la calidad de El siglo de las luces, un poeta joven de voz tan profunda y
subversiva como la del peruano Carlos Germán Belli; no aparecen por ninguna
parte”.
Es cierto, difícilmente se encuentra la frescura, la sorpresa, el torrente
lingüístico y el ingenio que Cortázar, perdón por el lugar común, hace brotar de las
piedras.
En Historias … uno de los textos más hilarantes e imaginativos me parece
“Instrucciones para llorar”. Para quien no recuerde, va este pasaje:
“Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar,
entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la
sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en
una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de
lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en
que uno se suena enérgicamente”.
El propio Cortázar abunda sobre el ejercicio estéril de asignar padrinazgos
a la literatura. En el texto “Literatura en la revolución y revolución en la literatura”,
sobre el sentido del quehacer literario latinoamericano incluye un apartado al que
denomina: “¡Muchachos, maten a papá!”, dice:
“Así como freudianamente es necesario que un adolescente ‘mate’ a sus
padres para alcanzarse plenamente a sí mismo, de igual manera los escritores y
los lectores jóvenes tienen que matar a sus modelos iniciales, a sus ídolos y sus
fetiches. Matarlos piadosamente, en la práctica del oficio, guardándoles gratitud y
ternura como yo se las guardo a Icaza y a Gallegos, asimilando su maná con un
canibalismo espiritual necesario e inevitable”.
Entre los escritores del “boom”, Cortázar fue el primero. En 1945 publicó La
otra orilla y seis años después apareció Bestiario. Historias de cronopios y de
famas vio la luz en 1962 y sólo un año después aparecería su novela más rica,
admirable y polisémica: Rayuela.
Cortázar, al igual que García Márquez y Carlos Fuentes, es reconocido
como novelista y tiene en este género su obra monumental. Sin embargo sus
cuentos o relatos cortos son de una factura impecable. La discusión sobre si es
mejor novelista que cuentista o si es novelista porque escribió cuentos largos, es
irrelevante: una vez establecidos y puestos fuera de debate los aspectos formales,
el tiempo transcurrido coloca a los relatos cortos de Julio Cortázar en un sitio
especial dentro de la literatura latinoamericana.
Hernando Valencia Goelkel describió esta etapa de la literatura
latinoamericana como una aventura feliz. De hecho, “una aventura más feliz que el
nouveau roman francés, valga el caso, debido, entre otras cosas, a que se
emprendió con un ánimo más jovial, menos adusto, más irresponsable”, pero da al
término irresponsabilidad un cariz positivo porque resultaba necesaria para la
espontaneidad. Estas letras espontáneas y joviales eran letras en libertad,
aparentemente sin horizontes ni casillas que las pudieran atrapar.
Al ejercicio formal y sorprendente que hizo Cortázar con Rayuela, le
antecedió la libertad temática manejada con una gran soltura del lenguaje en
Historias de cronopios y de famas. Era el sexto libro de Cortázar, antecedido por
cuatro libros de cuentos y la novela Los premios.
El escritor argentino había alcanzado una gran madurez narrativa cuando
escribió Historias …, pero fue una madurez que no tradujo en seriedad ni
acartonamiento. Al contrario, estos relatos están llenos de humor. El humor de lo
inesperado, “el concepto lúdico del ejercicio literario” dice Valencia, “un
permanente connato de anarquía”. ¿Qué otra cosa si no son las distintas
instrucciones que incluye en estos relatos? Una confrontación con lo cotidiano
hecha literatura.
Otro de los relatos que gozan de mi más alta consideración -y lo cito con un
párrafo largo, porque con más de sesenta años de publicado unos no lo conocen y
otros ya no lo recuerdan y no quiero rendirle homenaje sin estar seguro de que el
lector sabrá de qué hablo- es el del preámbulo a las “Instrucciones para dar
cuerda a un reloj”:
“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno
florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj,
que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca,
suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que
te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es
que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo
que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa
como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad
de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo
un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las
joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo
de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan
su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la
tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres
el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”.
Por otra parte, la caracterización de los cronopios, las famas y las
esperanzas son un refrescante ejercicio lúdico e irónico para describir tipos
sociales sin embarcarse en una disertación científica. Pero el carácter juguetón no
quiere decir irrelevante, porque la forma misma de esta literatura fue, como señala
Emir Rodríguez Monegal, experimenta la ruptura como proceso permanente para
implantar una nueva tradición. Este cambio era eminentemente estético pero no
exento de una considerable carga social y política de la mayor relevancia para
aquel momento de América Latina.
Celebremos, pues, el sesentaytantos aniversario de Historias de cronopios
y de famas, pero como buenos cronopios, atentos a los destellos de la
imaginación, al maná generoso que Cortázar nos compartió con una generosidad
tan grande como su estatura de escritor.