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Tlatlaya… en la niebla.
La investigación de la probable matanza de Tlatlaya, en la cual 22 jóvenes habrían sido ejecutados por el Ejército, digan lo que digan, sigue en la niebla.
Si bien parece quedar plenamente confirmado que el 30 de junio hubo un enfrentamiento entre soldados del Ejército y una banda criminal, al parecer vinculada con La Familia Michoacana, las pesquisas judiciales y las investigaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) aun no despejan la sospecha de que el Ejército haya utilizado la fuerza letal para ejecutarlos.
Hay evidencia parcial de lo ocurrido aquella madrugada en la localidad mexiquense de San Pedro Limón, municipio de Tatlaya, Estado de México.
Marat Paredes Montiel, Segundo Visitador General de la Comisión Nacional de Derechos Humanos confirma lo dicho hace dos meses y medio por la Secretaría de la Defensa Nacional. Como dato nuevo agrega que en el enfrentamiento dos de las tres mujeres supuestamente secuestradas y rescatadas por el Ejército están detenidas, acusadas por la PGR de acopio de armas y delincuencia organizada. La autoridad judicial descubrió que las aparentes víctimas en realidad eran parte de la banda criminal.
Sin embargo, en notas publicadas por la agencia Associated Press (AP) y el adelanto de la revista Esquire Latinoamerica, una testigo del enfrentamiento relata cómo esa madrugada llegaron soldados, efectivamente hubo un tiroteo, pero después, los presuntos delincuentes se rindieron y una vez sometidos, los militares los ejecutaron. Son dos tiempos distintos.
Ahora sabemos que “Julia”, la testigo es madre de Erika Gómez, muerta en el nebuloso enfrentamiento. “Julia” asegura haber visto cómo a su hija le dieron dos tiros que le perforaron corazón y pulmones cuando ya estaba herida… y en el piso. La acusación es grave y escandalosa. Ya lo habíamos escrito: “De confirmarse, estaríamos ante la peor masacre cometida por el Ejército Mexicano en los últimos tiempos”. No es poca cosa.
La CNDH investiga de oficio impulsada por las notas informativas publicadas en los días posteriores a la supuesta matanza. A casi tres meses de los hechos aún no hay queja presentada. Habrá conclusiones en seis semanas, pero hasta el momento, y de acuerdo con testimonios, peritajes, necropsias y otras evidencias, todo indica que en el enfrentamiento los 22 jóvenes muertos dispararon algún tipo de arma.
Además de los muertos, hay otros cuatro implicados: tres testigos y dos más quienes huyeron, de acuerdo con los testimonios obtenidos hasta ahora por la CNDH.
Las declaraciones de Marat Paredes fueron ratificadas por el ombusdman nacional, Raúl Plascencia Villanueva quien promete que la CNDH, en su momento, dirá la verdad sin condición alguna.
Aun así, el Ejército sigue en el banquillo. Las revelaciones de la CNDH no alcanzan a desvanecer la sospecha que pesa sobre la acción militar posterior al enfrentamiento. Una cosa es probar que hubo enfrentamiento y otra negar el probable uso de la fuerza militar letal, aunque el ex presidente Vicente Fox alegue que “el Ejército no está para respetar los derechos humanos”.
La sospecha también recae sobre el gobierno mexiquense por haber acelerado las pesquisas y anunciado conclusiones antes de declararse incompetente y entregar el caso a la autoridad federal. Solo así se explica el apresuramiento del Secretario de Gobierno, José Manzur Quiroga, por afirmar que lo ocurrido no fue una ejecución masiva.
No hay que confundirnos. Lo que hoy debe aclararse no es la forma en que vivieron los 22 caídos en la refriega, sino el modo en que murieron. En el supuesto de que hayan sido los peores criminales, nada justificaría su ajusticiamiento.
Hasta ahora, la autoridad responsable calla; se escuda en el sigilo obligado para cualquier investigación criminal.
Cuestionado en Nueva York, el Presidente de la República ataja: “Toda la información del caso Tlatlaya será administrada por la PGR”. Es decir, habrá noticias cuando haya noticias.
Mientras, el vaso informativo medio vacío se llena poco a poco.
BORREGAZO: Alguien poderoso se puso de rodillas para agradecer al cielo el golpe del huracán “Odile” en Sonora. Alguien liberado por lo que la tormenta se llevó… la presa que aún lo apresa.
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